Al visitar Tierra Santa en peregrinación, es común escuchar la expresión “las piedras vivas de Tierra Santa”, una hermosa metáfora que se refiere a los cristianos que viven allí y encarnan la resiliencia del cristianismo en la región desde hace siglos. Esta expresión, de gran fuerza poética, está inspirada originalmente en 1 Pedro 2:4–5, y refleja una profunda realidad social y espiritual. De manera similar, he leído y escuchado con frecuencia que Magdala no se trata únicamente de arqueología o de piedras antiguas, sino también de la comunidad global que se reúne bajo el nombre de Magdala. Sin embargo, como alguien que ha trabajado durante años en la arqueología del sitio, permítanme decir una palabra en nombre de las piedras físicas.
Al visitar un sitio arqueológico, lo que suele permanecer a la vista son principalmente los restos de construcciones en piedra. Los materiales que más expresan “la vida” cotidiana de un antiguo poblado —cerámica, huesos, herramientas, semillas— son generalmente retirados para su análisis en laboratorios o expuestos en museos. Mientras tanto, las piedras quedan allí, como silenciosos testigos de quienes habitaron ese lugar. Estas piedras físicas no solo aportan valiosa información arqueológica, sino que también dan testimonio de un contexto social y cultural, de una etnicidad, de transformaciones históricas y del paso del tiempo.
En una peregrinación, no solo se ven piedras; se respeta y reconoce el significado que ellas representan. En algunos lugares este sentido es evidente: piedras como el Gólgota, la piedra de la unción, Belén o Nazaret están marcadas como sitios de veneración con la palabra “hic” —“aquí”—. Sin embargo, puede ser un poco más difícil percibir ese sentido en sitios como Cafarnaúm o Magdala. Lo que estas piedras “sin nombre” y en grandes cantidades nos revelan es la vida cotidiana: nos hablan de la gente que vivió allí, de sus creencias, de su etnicidad y de aquello que compartían como comunidad.
Toda metáfora necesita un signo visible y comprobable que permita construir la poesía. Por eso, la arqueología de Magdala —esas piedras físicas— constituye la evidencia material, el sustento histórico que permite que hoy la familia global de Magdala se reúna bajo un nombre con un significado arraigado en la historia. Un sitio arqueológico no son solo piedras: es ciencia, es cultura, es arte, y representa una profunda conexión simbólica con el pasado.
Así que, cuando peregrines a Tierra Santa, cuando visites Magdala o te reúnas bajo el nombre del sitio en la comunidad global de la “familia de Magdala”, mira esas piedras físicas como evidencia; como “la roca firme”, el fundamento histórico que da sentido a las piedras vivas de Tierra Santa: los cristianos.
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