En la publicación anterior hablamos un poco sobre el arte de los pisos de mosaico, sus orígenes y su función en todo el Mediterráneo antiguo. También mencionamos sus posibles orígenes en Judea y Galilea. Pero, ¿por qué y para qué decorar un espacio con este tipo de arte?
Los pisos de mosaico generalmente se colocaban en espacios como baños, comedores, pasillos y cuartos. Debido a su elaboración en piedra, eran muy resistentes e impermeables, lo que los hizo muy populares, además de cumplir una función embellecedora.
Ahora bien, ¿quién los hacía? ¿Por qué y para qué? Se sabe que en el mundo antiguo existían talleres de artistas itinerantes que viajaban con sus libros de diseños, ofreciendo su trabajo en distintas ciudades (por eso se pueden encontrar obras similares en diferentes sitios arqueológicos separados por cientos de kilómetros). También había talleres locales que trabajaban de forma exclusiva. En el siglo I d.C., en las regiones de Galilea y Judea, este arte era tan nuevo que, en realidad, es difícil hablar de talleres de artistas y llegar a conclusiones al respecto.
En general, los mosaicos se creaban para dos contextos: doméstico, donde el dueño de la casa encargaba la obra, y público, donde la comunidad, a veces con donantes, era responsable de su realización, y estos solicitaban que sus nombres se inscribieran en el mosaico. En el caso de los mosaicos de Magdala, podemos suponer que la sinagoga fue decorada de forma colectiva, al tratarse de un espacio semi-público, mientras que los baños rituales probablemente fueron encargados de forma privada.
Otro elemento que apoya esta idea es la calidad de ambos mosaicos. La manufactura varía: el mosaico de la sinagoga presenta un diseño más detallado y preciso, con tesserae cúbicas y la técnica opus classicum, mientras que el mosaico de los baños rituales utiliza piedras de diferentes tipos y formas, con un diseño menos definido y una roseta que parece carecer de técnica específica.
Pero más allá de la calidad de ambos mosaicos, ¿por qué esos diseños? La ley judía, a través de los libros de Éxodo y Deuteronomio, deja clara la prohibición de la representación de Dios o cualquier imagen creada por Él que pueda caer en la idolatría, como se expresa en la Torá: "No harás escultura ni imagen alguna de lo que hay en los cielos, en la tierra o en las aguas bajo la tierra". Durante el siglo I d.C., la prohibición de imágenes era respetada, y en el siglo II d.C., cuando se escribe la Mishná, se reafirma esta idea en los tratados de Sanhedrín y Avodá Zará.
Ambos mosaicos son evidencia de lo que pensaban los antiguos pobladores de Magdala. Son una adopción cultural del mundo griego y romano en cuanto a técnica y manufactura, pero, a su vez, demuestran el respeto por las leyes. Las figuras geométricas de los mosaicos no solo representan la ausencia de imágenes, sino que también son una declaración de identidad cultural a través de la belleza del arte del judaísmo antiguo.
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