El Cuarto de Pentecostés: Entra en el Misterio

El Espíritu Santo no descendió solo sobre los apóstoles. Vino por todos.

Kathleen Nichols

|

27 de mayo, 2025

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El Espíritu Santo no descendió solo sobre los apóstoles. Vino por todos.

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El Cuarto de Pentecostés: Entra en el Misterio

En el Instituto Pontificio Notre Dame, en el corazón de Jerusalén, hay un espacio muy especial que quiero invitarte a descubrir. No es solo una sala. Es un lugar sagrado donde el misterio de Pentecostés cobra vida con luz, sonido y arte. No vienes a mirar... vienes a vivir una experiencia. Un momento eterno, antiguo y nuevo al mismo tiempo.

¿Qué vas a encontrar?

Todo comienza en la oscuridad.

De repente, un sonido rompe el silencio: truenos, trompetas, viento fuerte... una presencia que no se puede explicar con palabras. En ese instante, algo en lo profundo de tu ser te lleva al monte Sinaí: fuego, nube, tierra temblando… el encuentro con lo divino.

“El tercer día al amanecer hubo truenos y relámpagos, una espesa nube sobre el monte, y un sonido muy fuerte de trompeta... Todo el monte Sinaí humeaba, porque el Señor había

descendido sobre él en medio del fuego.” (Éxodo 19, 16.18)

Después, poco a poco, una luz suave comienza a llenar el lugar. Te envuelve. Te invita a entrar.

A un costado, una mesa encendida con una menorá, rollos antiguos y una gavilla de trigo. Todo te lleva al recuerdo de aquel Aposento Alto donde todo comenzó.

Es la noche de Pentecostés—Shavuot para el pueblo judío—la fiesta que conmemora la entrega de la Ley. Ya han pasado 50 días desde la Resurrección de Jesús, y 10 desde su Ascensión. Antes de irse, Él les hizo una promesa:

“Yo les enviaré la promesa de mi Padre; pero quédense en la ciudad hasta que sean revestidos con el poder de lo alto... Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán

bautizados con el Espíritu Santo.” (Lc. 24,49; Hch. 1,5)

Unos 120 seguidores de Jesús están reunidos. Es el mismo lugar donde Él partió el pan, les lavó los pies, les habló con ternura. Esta noche, velan en oración. Esperan.

Y de pronto, vuelve el viento. No sobre montañas esta vez, sino entre paredes... y corazones.

“De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde se encontraban.” (Hch. 2,1–2)

Y sobre ellos, una luz desciende en forma de paloma. El fuego no quema, no destruye.

Transforma.

“Aparecieron lenguas como de fuego... y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo.” (Hch. 2,3–4)

Las voces se levantan. No hay caos. Hay armonía. Idiomas distintos resuenan en unidad: arameo, hebreo, griego, latín… Todos entienden. Todos se sienten parte.

“Cada uno los oía hablar en su propio idioma... ‘¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua nativa?’” (Hch. 2,6–8)

Entonces empiezas a reconocer los rostros: la Virgen María. Pedro. María Magdalena. Santiago. No estás rodeado de estatuas, sino de personas reales. Personas como tú, que amaron, temieron, creyeron...

“Todos ellos perseveraban unidos en la oración... con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús.” (Hch. 1,14)

Pentecostés no fue una escena tranquila... fue una multitud. ¿Quiénes más estaban ahí? Matías, que reemplazó a Judas.

La samaritana, testigo incansable. Lázaro, con Marta y María.

El paralítico sanado.

Nicodemo, que buscó respuestas en la noche. La mujer sirofenicia, de fe perseverante.

Y tantos otros… como tú, como yo.

El Espíritu Santo no descendió solo sobre los apóstoles. Vino por todos.

Pedro se pone de pie. El miedo quedó atrás. El fuego y el viento lo han transformado.

“Conviértanse y bautícense... y recibirán el don del Espíritu Santo.” (Hch. 2,38) El pergamino cae al suelo. La promesa se ha cumplido.

“Derramaré mi Espíritu sobre toda carne... y haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra.” (Hch. 2,17.19)

La misión de Pentecostés no fue un final. Fue un comienzo. La Iglesia nació en ese fuego. Y hoy, sigue viva.

“Y aquel día se unieron unas tres mil personas.” (Hch. 2,41)

La luz lo llena todo. Ya no hay rincón oculto. Aquellos que temían, ahora brillan. Y en el aire... la oración flota como incienso.

Como Moisés en el Sinaí, los discípulos recibieron un don. Pero esta vez no fue una ley en piedra... sino el Espíritu vivo, escrito en sus corazones.

“Pondré mi ley dentro de ellos... Les daré un corazón nuevo, y pondré en ustedes un espíritu nuevo.” (Jer. 31,33; Ez. 36,26)

¿Y cómo se ve este Espíritu?

Mira a tu alrededor... Se ve como amor. Como alegría. Como paz.

Como paciencia, bondad, generosidad, fe, mansedumbre y dominio propio.

“Ustedes fueron llamados a la libertad... sirvan unos a otros por amor... Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu.” (Gál. 5,13.25)

Ese fuego que un día descendió sobre sus cabezas... hoy arde en millones de corazones. Y aquí, en este lugar, la llama sigue viva.

Pentecostés no fue solo un momento. Es una misión. Es para ti. Y ahora, como entonces, resuena la pregunta:

¿Qué significa todo esto? (Hch. 2,12)

El Espíritu Santo sigue obrando, hablando y enviando.

¿Qué significa esto para ti?

Te invitamos a vivirlo tú mismo.

¡Ven a Notre Dame y vive esta experiencia por ti mismo!

El Cuarto de Pentecostés será inaugurado oficialmente en esta solemnidad de Pentecostés, y estás invitado a unirte en oración desde Jerusalén a través de la Novena de Pentecostés, transmitida en vivo cada día del 30 de mayo al 7 de junio de 2025. Suscríbete aquí para recibir la novena directo a tu correo electrónico.

¿Te animas a entrar al misterio?

Estamos esperándote.

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