En esta Semana Santa, que acaba de pasar, recordamos a una de las figuras más cercanas a Jesús: María Magdalena. Según los evangelios, caminó por las calles de Jerusalén y fue testigo de su muerte, acompañó su sepultura y fue la primera en verlo Resucitar. Pero antes de estar presente en Jerusalén, su historia comienza aquí, en Magdala-Taricheae, su ciudad natal.
Gracias a las excavaciones arqueológicas, hoy podemos caminar por los mismos espacios que formaron parte de la vida cotidiana del siglo I, y por las calles que ella también caminó antes de continuar su viaje a Jerusalén. Magdala fue una próspera ciudad pesquera con una intensa vida comercial. Se han descubierto casas, espacios rituales (miqva’ot), almacenes, un puerto y sobre todo, una sinagoga única por su buen estado de conservación y su decoración con frescos y un piso de mosaico. Además, en su centro se halló la famosa “Piedra de Magdala”, tallada con un relieve que representa posiblemente el Templo de Jerusalén. Esta pieza única, hasta el momento, nos habla de una conexión espiritual entre Galilea y la Ciudad Santa, tal como la vivió María Magdalena.
Mientras que en Magdala la arqueología nos revela una comunidad judía local profundamente conectada con las tradiciones del Templo a través de su sinagoga, baños rituales (miqva’ot), vasos de piedra caliza para la purificación, en Jerusalén las excavaciones han sacado a la luz restos directos del Segundo Templo mismo como lo son muros, escaleras, calles que conducen al Templo, baños rituales (miqva’ot) en las periferias del Templo, e inscripciones que evidencian la centralidad religiosa y política de la ciudad. Una de estas inscripciones es la de Soreg, escrita en griego, advirtiendo a los no judíos que no traspasaran la balaustrada que separaba el área accesible a todos del recinto exclusivo para judíos, bajo pena de muerte.
Esta inscripción refleja la importancia del Templo de Jerusalén como un espacio sagrado fundamental para el judaísmo, y al mismo tiempo constituye una evidencia clara de la presencia de peregrinos de habla griega provenientes del mundo helenístico. Es importante señalar que el griego era, en aquella época, la lengua franca en la región. De hecho, varios judíos que vivían fuera (en la diáspora), por ejemplo, en Egipto, hablaban griego como lengua principal. En contraste, de acuerdo con algunos investigadores, los judíos locales hablaban mayoritariamente arameo en su vida cotidiana, mientras que el hebreo se mantenía como lengua de uso religioso y literario.
Magdala, con su sinagoga y baños rituales, refleja una devoción que tenía su corazón en Jerusalén. Así, tanto Magdala como Jerusalén ofrecen, desde la arqueología, dos perspectivas complementarias de la vida judía en tiempos de Jesús: una desde la cotidianidad Galilea, y otra desde el centro sagrado del mundo judío.
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