Por Kathleen Nichols
Cerca de la cima del monte Arbel frente a Magdala, se encuentra una cueva que llama con una voz atrayente a los visitantes de las laderas del monte: «¡Sube … sube aquí y mira!». Yo he aceptado la invitación en numerosas ocasiones, subiendo por un terreno rocoso plagado de cuevas que albergaron en su momento a personajes quizá históricos, y que ahora brindan refugio a aves y murciélagos, a zorros, cabras y ovejas.
Durante una caminara temprana hace un par de días, me acerqué a los restos de una fortaleza otomana llamada «La Fortaleza». Observé detrás de mí las ruinas de una sinagoga de la era bizantina y una prensa de aceite de aceite al otro lado del Wadi hacia el noroeste, los cuales alguna vez sirvieron a la comunidad que llamaba a estas laderas rocosas su hogar. Me quedé hipnotizada tratando de imaginar la historia de ese lugar, a pesar de la distracción de todas las familias que disfrutaban de sus vacaciones y que intentaban impacientes sobrepasarme. Imaginé a los guerreros Macabeos o al general Josefo defendiendo la zona en la época helenística y romana; escuché el bullicio de la vida diaria alrededor de la prensa de aceite y de la sinagoga en la era bizantina; visualicé “La Fortaleza” con forma de castillo en todo su esplendor, construida en las cuevas por orden del gobernante druso en el siglo XVII. Probablemente Jesús y sus apóstoles subieron por este sendero en algún momento de sus viajes, o incluso puede que Jesús pasase algunas de sus noches en oración en esta montaña, tal vez en esa gran cueva en la cima con una vista tan majestuosa sobre el mar de Galilea Mientras atravesaba la parte más estrecha del sendero con cuidado de ver por dónde pisaba, me sorprendí a mí misma diciendo en voz alta, «¡si tan solo estas piedras pudieran hablar!”
Sin embargo, en la cultura bíblica las piedras verdaderamente hablan y dan testimonio con voces fuertes, silenciosas y duraderas. Hace unas semanas mi comunidad tuvo la oportunidad de visitar el pozo de Jacob en Samaria. De camino al norte desde Jerusalén, pasamos por el sitio de Betel, donde se encuentra la piedra que Jacob utilizó como almohada y que también actuó como conducto para su encuentro personal con Dios en sus sueños. Jacob valoró tanto esa piedra que “a la
madrugada del día siguiente, Jacob tomó la piedra que la había servido de almohada, la erigió como piedra conmemorativa, y derramó aceite sobre ella. Y a ese lugar, que antes se llamaba luz, lo llamó Betel, que significa «Casa de Dios»” Génesis 28:18-19. Siguiendo la ruta del desierto, más al norte, pudimos observar la región conocida como Gilead. Allí, Jacob apiló unas piedras como señal conmemorativa del acuerdo que hizo con su suegro Labán como se describe en Génesis 31: “Mira este montón de piedras, y mira la piedra conmemorativa que yo erigí entre tú y yo: una y otra cosa serán testigos de que ninguno de los dos iremos más allá de este montón de piedras y de esta piedra conmemorativa, con malas intenciones”.
Durante nuestro viaje, pasamos un cartel que indicaba la dirección hacia Guilgal. Allí, unos 300 años después de los montones de piedras y de las columnas de Jacob, el Señor instruyó a Josué para que erigiera doce piedras como maestros.
«Retiren de aquí doce piedras, tómenlas de en medio del Jordán, del mismo lugar donde estaban apoyados los pies de los sacerdotes; llévenlas con ustedes y deposítenlas en el lugar donde hoy van a pasar la noche… para que esto quede como un signo en medio de ustedes. Porque el día de mañana sus hijos les preguntarán: «¿Qué significan para ustedes estas piedras? Josué hizo erigir en Guilgal las doce piedras que habían sacado del Jordán, y dijo a los israelitas: «Cuando los hijos de ustedes, el día de mañana, pregunten a sus padres qué significan estas piedras, ustedes les darán la siguiente explicación: «Israel pasó por el cauce seco del Jordán porque el Señor, su Dios, secó las aguas…Lo hizo así, para que todos los pueblos de la tierra reconozcan qué poderosa es la mano del Señor,». Josué 4.
Nuestro viaje por carretera nos llevó a través de los Altos del Golán hacia el monte Hermón, y nos detuvimos para visitar la antigua ciudad de Dan, que lleva el nombre del quinto hijo de Jacob. Fuimos recibidos por las antiguas piedras de barro secadas al sol de la «Puerta de Abraham» que nos dejaron sin aliento. El lugar fue descubierto en la década de 1970. La entrada a la ciudad que es de unos siete pies de altura y la más antigua de Israel, nos mantuvo atónitos y en silencio: Abraham mismo había pasado por esta puerta hace unos 4.000 años para rescatar a su sobrino Lot, que estaba cautivo en esta ciudad (Génesis 14). La tribu de Dan conquistó esta ciudad cananea unos 500 años después, y los restos del lugar donde las tribus del norte adoraron a un becerro de oro, aún son visibles,
No son solo las piedras arqueológicas las que tienen un mensaje que contar. El extenso cementerio judío a las afueras de la ciudad vieja de Jerusalén, con tumbas muy antiguas y otras bastante nuevas, es básicamente una gran ladera de significado cubierta de rocas. Estas pilas de piedras simbolizan muchas cosas, incluyendo la memoria eterna, un significado que surgió de la práctica de colocar piedras en el Génesis. La palabra «peblee» en hebreo también significa «vínculo», que simboliza la unión del pasado y el presente. Estas rocas no solo nos recuerdan experiencias pasadas de Dios y Sus maravillas, de encuentros entre el Señor y el hombre, de convenios entre pueblos de antaño. Estas piedras hablan de cómo el pasado está «ligado» al presente, a todos nosotros aquí y ahora. Se trata de piedras conmemorativas en el pleno sentido de la palabra, descritas tan elocuentemente en el Catecismo.
En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos. CCC 1363
La memoria es duradera, tan permanente y fuerte como una piedra. Los recuerdos de la acción transformadora de Dios se convierten en señales de ruta en nuestras vidas. Las piedras conmemorativas que recolectamos son eventualmente las joyas de nuestra corona eterna, al igual que las piedras recolectadas por ‘Much Afraid’ en la novela alegórica de Hannah Hurnard, que se convirtieron en las gemas de su diadema.
Mientras continuamos viviendo la inestabilidad que ha causado esta época de crisis del Corona virus, con todos los efectos devastadores en la salud y el bienestar económico de tantas personas, aferrémonos a la estabilidad y solidez de Dios. Los lugares favoritos de San Francisco para orar eran aquellos en los que podía recostarse contra la fría roca dura y áspera de las profundas cuevas. Compartía con sus frailes que entrar en las grietas de la roca era como entrar en el costado traspasado de Cristo. San Francisco sintió que necesitaba experimentar la fuerza y solidez de la piedra debajo y alrededor de él para fortalecer su propia confianza en el poder de Dios. Le recordaba al amor inquebrantable y permanente del Señor por toda la humanidad. Como escribió Jack Riemer en el libro Wrestling with the Angel: Jewish Insights on Death and Mourning: “en los momentos en los que nos enfrentamos a la fragilidad de la vida… hay permanencia en medio del dolor. Mientras otras cosas se desvanecen, las piedras y las almas perduran «. El amor de Dios permanece firme y constante.
No nos cansemos nunca de entrar en «las hendiduras de la roca … los recovecos secretos del acantilado», para abrazar la Roca Sólida y clamar en oración por ti y por todos, «déjame ver tu rostro, déjame escuchar tu voz ! » (Cantar de los Cantares, 2:14)