Por Marcela Zapata-Meza
Quién iba a pensar que el sueño de una niña de ocho años se hiciera realidad y, más allá, que llegaría a su decimo aniversario. Si se mira en retrospectiva es increíble, pero se recuerda a detalle cada año que hemos vivido en Magdala; han sido 10 años de grandes experiencias, aprendizajes y, sobre todo, extraordinarias personas que han pasado días, meses e incluso años “tocando la historia con sus manos”.
El arqueólogo vive con un pie en el pasado y con el otro en el presente, vive entre dos realidades: en una, su presente que le da las pautas para ir plantando preguntas, hipótesis, posibles escenarios e indagando en un sinfín de información para poder tener una idea de aquello que quiere investigar y descubrir. En la otra con toda la evidencia material que va registrando, producto de una excavación, para establecer asociaciones y patrones de conducta repetidos que den pistas, para poder reconstruir ese pasado de manera objetiva, con el apoyo de ciencias afines y auxiliares que aporten datos para completar ese rompecabezas de la historia.
Así hemos trabajado durante 10 años en Magdala, en un proyecto que se ha convertido en el centro de nuestras vidas, un proyecto que nos ha dado la oportunidad de viajar en el tiempo, de sentir la historia a través de la cerámica, las monedas, el vidrio, los metales, las piedras de molienda y un sin fin más de materiales que se han descubierto asociados a determinados espacios y estructuras. Cada descubrimiento, por muy pequeño que sea, en Magdala es una alegría, no solo por el hallazgo sino por lo que implica para cada uno de voluntarios; para ellos que han estado cada día, desde muy temprano, con la cucharilla y la picoleta sacando tierra y piedras, para ellos que cargan cubeta tras cubeta llenas de tierra para llevar a la criba; para ellos que van viendo cómo la paciencia es su mejor herramienta; para ellos que dibujan sonrisa de oreja a oreja cuando gritan “¡moneda!”…
Magdala va más allá de la ciencia arqueológica, no solo nos ha permito en estos 10 años conocer aspectos de la vida cotidiana de un asentamiento que va desde el periodo helenístico tardío hasta el siglo II-III d.C., no solo nos ha dado la oportunidad de imaginar a las personas que vivieron en Magdala en la sinagoga, haciendo sus inmersiones de purificación en los miqwa’ot, comprando productos en el mercado para después llevarlos en burros o caminando a sus casas y preparar sus alimentos, pensar en las mujeres con los objetos miniatura de vidrio con aceites o ungüentos medicinales y a los hombres sacando el pescado de las redes para limpiarlo y poder venderlo fresco o conservado en sal.
Magdala ha transformado la vida de cada uno de los que somos parte de este gran proyecto, Magdala ha tocado nuestros corazones con un fragmento de cerámica, con una moneda, con una sonrisa, con una charla interminable por las noches con personas que llegaron sin conocer a nadie y que hoy son grandes amigos.
El sueño de una niña de 8 años de ser una gran arqueóloga es hoy el sueño de muchos y la realidad de otros tantos. Sirva esta pequeña reflexión como agradecimiento a todas las personas que han confiado y apoyado a este equipo de arqueólogas mexicanas. Un gracias muy especial a la Universidad Anáhuac México, a Magdala, al Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y a la Autoridad de Antigüedades de Israel.
¡Muchas felicidades Magdalenos por estos primeros 10 años de muchos más!