Mi nombre es Adam Pangan y tengo 23 años. Soy de Virginia y fui a la Universidad de Virginia Tech. Fue durante mi tiempo en la universidad que acepté dar un año completo de voluntario. Dios me guió hasta Israel y, durante el mes de mi graduación, puso delante de mí el Programa de Voluntarios de Magdala.
No sabía qué esperar de la vida en Israel, pero sabía que Dios me quería aquí, así que vine. Llegué en febrero de 2020 y en mi segundo día, ya me encontraba ayudando a explicar el sitio. ¡Madre mía! Aquello fue muy estresante, pero Dios me buscaba en este lugar, hablándome a través de varias personas que me animaban. En la sexto o séptimo recorrido, me sentí mucho más cómodo, y resultó ser muy gratificante. Poder compartir sobre la historia de Magdala, conocer y orar con personas de todo el mundo, y contar la historia de cómo Dios me trajo aquí… Entonces, cuando todo iba bien, la cuarentena entró en vigencia y catorce de los voluntarios viajaron de vuelta a sus casas, dejándonos con un total de ocho. ¿Qué íbamos a hacer sin peregrinos?, ¿cuánto duraría la cuarentena?, ¿me iban a pedir que me fuera a casa también?
Parecía el fin en aquel entonces, pero ahora puedo decir que solo era el principio. Los momentos más impactantes y transformadores de mi estancia en Magdala han sido durante la cuarentena. Desde un punto de vista práctico, logramos mucho en lo que respecta a la limpieza de la parte arqueológica de Magdala, instalando una cerca cableada para evitar que las aves contaminen la sinagoga, amueblando el área de la piscina y reorganizando el espacio del restaurante. Sin embargo, todo eso resulta intrascendente en comparación con el crecimiento espiritual que experimentamos los voluntarios y yo.
A inicios de abril, decidí comenzar un grupo de estudio de la Biblia únicamente para los jóvenes que estábamos aquí. Al principio pensé: “Dios mío…, no sé cómo va a ir esto, pero estoy confiando en Ti”. La primera reunión me encontré hablando solo, con los demás voluntarios mirándome, a pesar de mis intentos de hacer que se abrieran y compartieran. Con el tiempo, se sintieron más cómodos hablando de su fe e incluso de las cosas que les pesaban en sus corazones. Recuerdo una semana en la que las mujeres consagradas nos pidieron que uno de nosotros rezáramos durante nuestra oración de la mañana. Todos me miraron, esperando que yo la guiara. Los animé a que ellos también podían liderar el rezo, pero me sonreían tímidamente, negando con la cabeza. Un par de días después, dos de las jóvenes decidieron dirigir una oración grupal ese día. ¡Sí! ¡Qué gran paso!
El Viernes Santo recorrimos las Estaciones de la Cruz y en la undécima estación (cuando Jesús fue crucificado), literalmente clavamos tornillos (no pudimos encontrar clavos) en la cruz de madera que transportábamos. Más tarde, una voluntaria compartió que eso fue realmente poderoso para ella y que le ayudó a comprender el peso del pecado y, lo que es más importante, el amor que Jesús tiene por nosotros.
Durante una caminata por el Monte Arbel, una voluntaria compartió conmigo que tuvo una visión de Jesús y, desde entonces, ella sabe, realmente sabe, que Él siempre está con ella. Al hablar con mis compañeros e incluso solo al observarlos, puedo ver que han crecido mucho en su relación con Dios y, no solo eso, sino también han crecido en poder compartir el amor de Dios con sus amigos y familiares en casa. Ha sido tan bueno el tiempo que he podido pasar con ellos. ¡No hay nada que me entusiasme más que ver en mis amigos cómo crece su fe!
Con lo que respecta a mí, dos de las semanas más memorables que he vivido en Israel han sido la primera y la última semana de mayo. La primera semana participamos en un retiro de sanación y, a través de él, Dios reveló cómo los eventos de mi pasado habían distorsionado mi percepción de la realidad, y cómo eso me estaba llevando a creer mentiras sobre mí y sobre Dios. Al final de la semana, sentí que Dios trajo mucha más claridad y realmente me ayudó a verme como Él me ve. En la última semana de mayo fuimos a Jerusalén y visitamos el Huerto de Getsemaní, el Santo Sepulcro, el Camino de Emaús y muchos otros lugares. Fue una bendición poder estar allí y poder sumergirme en la historia del Evangelio.
¿Y, ahora qué? Bueno, la casa de huéspedes ha reabierto, así que estoy ayudando donde puedo. En las últimas dos semanas ayudé a redactar información para la web sobre el programa de voluntarios, una vez que terminé mi parte, me pidieron que hiciera y editara algunos videos. Un día incluso di un par de recorridos a través del sitio (es posible que necesité repasar algunas cosas…).
¿Alguna vez he hecho un sitio web? No. ¿Tengo experiencia en edición de video? Realmente no… Pero ha sido divertido. Frustrante en ocasiones, pero divertido de todos modos. No hay nada como reconocer a Jesús en las cosas nuevas que se me piden y convertirme en “todo para todos”.
“Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio”.
Primera Carta a los Corintios 9, 22.