El amanecer rosado sobre el silencioso mar de Galilea cautiva a cualquiera que sea lo suficientemente animado como para aventurarse sobre las aguas, antes de la aurora. La semana pasada durante la madrugada, remé hacia el centro del lago desde Duc In Altum. A esta distancia, el único sonido presente era el agua rozando ligeramente el borde de mi tabla de surf, mientras que la brisa apartaba suavemente el cabello de mi cara, invitándome a centrar completamente mi atención en el horizonte. Era imposible para mí apartar los ojos de los colores cambiantes mientras el sol enrojecía las nubes y crecía sobre los Altos del Golán. Lentamente se dibujó un camino luminoso sobre la superficie del agua, que parecía invitarme a las profundidades del lago, con las palabras del mismo Jesús: «rema mar adentro» (Lc 5,4).
El Mar de Galilea tiene poca profundidad cerca de la orilla pero, a unos 10 metros de distancia, se alcanzan profundidades de hasta 35 metros. Entrar en aguas profundas puede causar temor.
Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente. (Salmo 69, 2-3)
‘Rema mar adentro’ le dijo Jesús a Pedro cerca de esta misma orilla hace muchos siglos. Pedro aceptó la palabra del Señor, y confió más allá de su propia experiencia, de sus temores y expectativas. La redada de peces fue abundante y abrumadora. Quizás María Magdalena escuchó a Pedro relatar esta experiencia que le cambió la vida, en el mismo puerto de su propia ciudad natal en Magdala, quizá en el mismo lugar donde ahora se encuentra Duc In Altum.
María Magdalena probablemente nunca esperó escuchar esta misma invitación unos años después. ‘Ve’, le dijo Jesús resucitado. “Ve a mis hermanos y diles: “subo al Padre mío y al Padre vuestro, al Dios mío, y Dios vuestro” (Jn 20,17). El Señor la invitó mas allá de la experiencia de su terrible muerte, el temor de perderlo, o las expectativas de «aferrarse» tangiblemente a su cuerpo físico. Jesús demostró que el amor es más fuerte que la muerte. Llamándola por su nombre, confirmó que el suyo es un amor personal.
María Magdalena ‘remó’ hacia las aguas profundas del apostolado con la firme convicción de la fuerza del amor, rezando quizá, las palabras del Cantar de los Cantares:
Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor
Ni anegarlo los ríos (Cantar de los Cantares 8, 7)
¡Celebrada como la primera evangelista – la apostolorum apostola según el abad y arzobispo Rabanus Maurus del siglo IX – María Magdalena anunció a los apóstoles lo que ellos a su vez proclamarían al mundo entero!
Todos estamos llamados a ser apóstoles. Al conmemorar la fiesta de María Magdalena desde las orillas de Duc In Altum, recordemos que «ni altura, ni profundidad… podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.” (Romanos 8,38-39.) ¡Salgamos todos confiadamente al abismo!