«Un pueblo ignorado»
Por el P. Cristobal Vilaroig L.C.
En la entrega pasada vimos cómo varios viajeros que pasaron por Magdala en el s. XIX hablaban de el-Mejdel como de un villorrio miserable. Pues bien, muchos otros autores ni siquiera se dignarán a mencionar tan humilde pueblo. Entre ellos se cuentan a algunos de los más acreditados descriptores de la Tierra Santa, como el franciscano Francesco Cassini da Perinaldo (1833), el monje trapense Marie-Joseph de Géramb (1840) o el conocidísimo Chateaubriand (1827).
Y aunque la mayoría de los autores siguen notando la presencia del pueblo de la Magdalena, no dejan en sus escritos más que una breve línea escrita a la carrera. Es el caso, por ejemplo, de Félicien de Saulcy (1865), los sacerdotes P. Jean-Jacques Bourassé (1867) y Liévin de Hamme (1875), el peregrino alemán Gerhard Lüken (1896), y el literato turolense Octavio Velasco del Real: “He ahí el-Mejdel, Magdalena (sic), cuna de María la Penitente”. No mucho más nos dice el sacerdote y poeta catalán Jacinto Verdaguer. En el diario de su peregrinación a Tierra Santa (Dietari d’un Pelegrí) narra cómo la mañana del 11 de mayo de 1886, navegando desde Cafarnaún hacia Tiberiades, divisó Magdala: “Más allá hay una llanura toda llena de árboles y fuentes, llamada Wadi Hammam, Valle de las Palomas. Entre esta y Tiberíades negrea el hoy humilde pueblo de Magdala, patria de santa María Magdalena”.
En fin, que, en el s. XIX, Magdala no solamente es una miserable villa, sino que prácticamente es ignorada por los viajeros, y su memoria no merece más que un recuerdo apresurado.