La Palmera en Tierra Santa
Contemplar en oración el amanecer en el Mar de Galilea a través del arco de la ventana en Duc In Altum me llena de paz. La luz del día forma un camino brillante sobre el agua hacia la orilla opuesta, que aún está vestida de la niebla de la mañana. Este escenario resalta en el fondo las palmeras altas y delgadas, coronadas con hojas verdes que se mueven con la brisa de la mañana. Y puedo escuchar al Señor hablando con las palabras del Cantar de los Cantares:
¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, en tus delicias!
Tu talle se parece a la palmera (Cantar de los Cantares 7:7,8)
Muchos describen las palmeras como flechas que apuntan al cielo. Junto a las dos palmeras altas que tenemos entre la Capilla de la barca y el lago, hay palmeras de dátiles, que son más bajitas, pero igual de majestuosas. En la cultura antigua del Medio Oriente siempre se ha valorado la palmera de dátiles, o «Tamar»; la asocian a la belleza y la fecundidad, por lo que es común llamar a las niñas Tamar. Los beneficios de la palmera son abundantes: los dátiles se consumen durante todo el año, frescos o desecados, se usan popularmente como miel e incluso preparan cerveza de dátiles; de su tronco, las culturas antiguas extraían un delicioso jugo, las hojas son tejidas como esteras para dormir, cestas, escobas, refugios e incluso embarcaciones; las fibras de las palmeras también pueden ser trenzadas como cuerdas….
Aquí en Magdala, con el calor del clima de mayo, podemos ver como los racimos verdes de dátiles están creciendo rápidamente, y estarán maduros y listos al final del verano para su cosecha con nuestros voluntarios. Los dátiles han estado cultivados en Tierra Santa al menos desde hace 6000-4000 aC, y según el botánico Aspah Goor, las palmeras del Valle del Jordán se hicieron famosas en los grandes imperios del mundo antiguo por la superioridad de sus frutos, mientras que las palmeras de la costa eran reconocidas por su grandeza.
No hay duda de que la palmera es considerada santa en la cultura del medio oriente, algunos incluso la han identificado con el Árbol de la Vida. Su nombre botánico es del género ‘Phoenix’, apuntando a la vida y la eternidad, en referencia al pájaro legendario que renace de sus cenizas.
El séptimo verso del Cantar continúa con esta declaración del Señor:
Me dije: subiré a la palmera,
míos son esos racimos de dátiles. (Cantar de los Cantares 7:9)
En ocasiones cuando rezamos miramos hacia arriba, hacia el cielo, como dirigiéndonos al que está «en lo alto» y profesamos que «por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo». Sin embargo, es Él quien debe «subir» a nosotros, describiéndonos como palmeras. Él toma el lugar a nuestros pies «como el que sirve» (Lucas 22:27). Él nos mira por encima, como quien mira hacia arriba desde la base de una de las palmeras altas afuera de la Capilla de la Barca.
El sacerdote francés P. Arminjon comenta sobre este verso y enfatiza la determinación del Señor en poseer completamente a su amada, él está dispuesto a acoger a la Iglesia, su Esposa… Y acogerme a mí y a cada uno de ustedes. En esta búsqueda, el Señor está listo para hacer lo que sea necesario para cumplir su deseo, expresado muy bien en el poema de Santa Teresa de Ávila «De la cruz dice la Esposa a su querido, que es una palma preciosa donde ha subido». Quizás Juan, el pescador de Galilea que se convirtió en Evangelista, hizo esa misma conexión cuando escuchó a Jesús declarar «Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Juan 12:32)
Llegando al final de la Pascua, nos llenamos de alegría en la vida que Cristo ganó para nosotros al subir al árbol de la cruz. Como describe la mística Cisterciense alemana Matilde de Magdeburgo, el lecho nupcial del Señor fue el mismo árbol duro de la cruz, en el que saltó con la misma alegría y entusiasmo que un novio encantado.