La ruta mañanera que seguimos desde la casa donde vive la comunidad hasta Magdala, va bordeando la costa occidental del Mar de Galilea. Mis ojos nunca se cansan de observar sus aguas.
Las pequeñas mareas rosadas y brillantes reflejan el cielo antes del amanecer, que va pasando a ser un manto azul a la espera de ser teñido por el rojo intenso del sol de las primeras horas de la mañana. A medida que el amarillo crece rápidamente en el cielo, el agua se convierte en un espejo plateado liso. A lo largo del día, el lago adquiere un sinfín de matices, atrayendo su mirada continuamente hacia él, siendo imposible perderse ni un atisbo de su belleza. Como el camaleón, los tonos del Mar de Galilea van del azul cielo al azul Carolina, del acero al azul independencia, e incluso de un azul verdoso a un turquesa intenso. Al igual que las vetas que se arremolinan en el mármol, las principales corrientes de agua del lago son visibles la mayor parte del día, hasta que los vientos de la tarde bañan su característico azul con capas de espuma blanca. Conforme el día llega a su fin, los Altos del Golán quedan encendidos por la puesta de sol, contrastando con el lago que ahora se encuentra tintado por un color zafiro.
Este juego de colores me recuerda a la cálida bienvenida que recibí la primera vez que llegué a Magdala. Waseem, el Jefe de Seguridad, nos saludó amablemente a mí y a las otras mujeres consagradas cuando entramos en la casa de huéspedes, con un sonriente rostro bronceado y unos ojos que batallaban entre el azul, el verde y el dorado. Su familia tiene una larga historia con el lago, y sus ojos del color del Mar de Galilea, me desafiaron a llevar la belleza y el poder de este “Quinto Evangelio” (vivir donde Jesús caminó) en mi propia mirada.
De los cientos de miles de personas que visitan el Mar de Galilea cada año, incontables se preguntan qué hace a Jesús tan importante. Mirar hacia el mar generalmente provoca este tipo de reflexión y contemplación serena. Como mujer consagrada, las aguas me hicieron esta pregunta usando las palabras del Cantar de los Cantares:
¿Qué tiene tu amado más que los otros,
tú, la más hermosa de las mujeres?
(Cantar de los Cantares, 5:9)
Mirando hacia el lago desde nuestra capilla, me encontré buscando la respuesta en la tierra y en las aguas que se encontraban delante de mí:
Mi amado es apuesto y sonrosado, se distingue entre diez mil.
Su cabeza es un lingote de oro puro,
sus cabellos son ramas de palmera, negros como un cuervo.
Sus ojos son dos palomas junto a una corriente de agua,
que se bañan en leche y se posan sobre un estanque.
(Cantar de los Cantares 5:10-12)
Jesús es como el amanecer sobre el mar: refrescante y ardiente al mismo tiempo. Su mirada es gentil y amable como la paloma, es relajante en su profundidad, su amplitud y su transparencia, al igual que las aguas del mar.
Mirar hacia el lago desde el agua regala una serenidad especial. Mientras remaba hacia el Primado de Pedro esta semana, me senté a refrescar mis cansados pies en el agua, en una parte particularmente tranquila del lago, justo cuando la luz del sol atravesaba las nubes en el horizonte. Agaché la cabeza para tratar de ver algunos peces y vi mi propio reflejo sorprendentemente claro. Nació en mí el mismo deseo que San Juan de la Cruz expresaba en su Cántico espiritual, como una nueva respuesta a la pregunta que le había hecho a las aguas.
¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
(San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)
A veces pienso en el Mar de Galilea como el ojo humilde de Dios, buscándonos desde este punto más bajo de la Tierra: solo el Mar Muerto es más bajo. Él me busca. Me mira con ojos amorosos. Se encuentra en las profundidades, en mi propio corazón, en el profundo anhelo que tengo de amar y ser amada, siempre y cada vez más plena y completamente. Se halla en la mirada, en la palabra, en el gesto, en la necesidad de todas y cada una de las personas que me rodean… ahí es donde encuentro sus “ojos deseados”.
Quizás María Magdalena se encontró con Jesús mientras miraba el lago, buscando respuestas. Quizás Sus ojos se le parecieron a los colores y matices del Mar de Galilea. Tal vez ella vislumbró Su reflejo en estas aguas y reconoció en Su mirada el cumplimiento de los anhelos que albergaba en su corazón.
Cuando tú me mirabas,
tu gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me amabas,
… ya bien puedes mirarme,
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.
(San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)
¡Mientras celebramos la Festividad de Santa María Magdalena, permitamos que Jesús nos transforme con la misma gracia y hermosura!