Querida Familia de Magdala, queridos amigos:
Estamos ya en la recta final de preparación para la Fiesta de Santa María Magdalena, el día 22 del presente.
El Papa Francisco nos regaló hace unos años la elevación de esta memoria litúrgica al rango de “fiesta” litúrgica y, con ello, el Papa quería subrayar la importancia de María Magdalena en la vida de la iglesia como “Apóstola de los apóstoles”. Fue ella, efectivamente, quien llevó a los mismísimos apóstoles el anuncio de la Resurrección, como nos testimonian los 4 evangelistas.
Mujer verdaderamente grande, pilar de la iglesia naciente. Quisiera ahora comentar con ustedes un aspecto de su figura inigualable: SER DISCÍPULA. Discípulo es una palabra que viene del verbo latino “disco”: aprender. Discípulo es el que aprende, el que reconoce a otro la calidad de maestro, y con humildad, con paciencia y perseverancia se pone a aprender de él. Aunque en nuestro mundo actual perdamos de vista el concepto de “maestro”, como aquel que enseña algo a alguien, detrás de todo lo que aprendemos por los 5 sentidos hay siempre un maestro. Y dice un proverbio chino: “todo mundo es tu maestro: unos te enseñan lo que tienes que hacer, otros, lo que no tienes que hacer”. Es verdad, todo lo que hacemos y decimos antes o después pasa a ser ejemplo para los demás, bueno o malo. Sea en la escuela, en internet, en una revista o en un periódico, siempre detrás de lo que recibimos de los demás hay “alguien”, hay una persona que quiere trasmitir algo a alguien. Hay -podemos decirlo- un maestro.
Pues María Magdalena, según la narración de la resurrección del evangelista Juan 20,15, al identificar a Jesucristo Resucitado como su “Rabboní”, es decir, su “Maestro”, se autocalifica como LA DISCÍPULA. ¡Qué hermosa definición nos deja María Magdalena de sí misma: la discípula! Es decir: la que aprende, la que escucha, la que sigue. Podemos imaginar fácilmente a esta luz todos esos días de seguimiento de Cristo por los caminos de Galilea, entre villas pequeñas, aldeas, pueblos y ciudades; en dirección a Jerusalén o volviendo de ella…. María era una esponja que absorbía de los labios del maestro hasta la última palabra, que grababa en su mente hasta el último gesto, que meditaba en su corazón, a ejemplo de la otra grande Maestra, María de Nazaret, las palabras y hechos del Hijo de Dios.
Cuánto nos ayuda pensar en esta discípula que centrándose en la vida del Maestro, dejó de lado a todo otro maestro; que haciendo una opción radical de seguirlo -al parecer en agradecimiento por su liberación del mal- no parpadeó en dejar atrás otras personas, ambientes, doctrinas, entretenimientos que, ahora, a la luz de su Maestro, le debieron parecer simples luciérnagas.
Queridos amigos, querida familia de Magdala, se acerca nuestra fiesta. Encomendémonos a María Magdalena. Imitémosla en este ser discípula que nos hará mucho bien. Ojalá que vayamos al encuentro del Señor saboreando en nuestros labios y en nuestro corazón esa palabra que debió conmover profundamente el corazón humano y divino de Jesús de Nazaret: ¡Rabboní!
¡Felicidades!
Fraternamente, P. Juan María Solana, L.C. y equipo de Magdala.