El camino desde la sinagoga de Magdala hacia Duc en Altum está trazado por dos filas de olivos centenarios que se sitúan a ambos lados. Para finales del mes de octubre, sus ramas se inclinan ante los visitantes, cargadas de cientos de olivas verdes y marrones. En noviembre, un equipo de voluntarios suele rastrillar los árboles y agitar las ramas hasta que las aceitunas caen sobre las redes que se extienden junto a los troncos nudosos de los árboles. Este proceso que toma una semana, también implica transportar la cosecha a nuestra prensa de aceituna local, y después etiquetar las botellas de aceite para venderlas en nuestra tienda de regalos.
Un día de octubre, caminando por este sendero, inevitablemente dejé huellas de aceite en el cemento, después de intentar esquivar sin éxito docenas de aceitunas maduras que caen de los olivos sin cosechar. Un recordatorio de que el Covid ha vaciado a Magdala de sus voluntarios este año tan extraño.
La cantidad de sustancia aceitosa liberada por cada aceituna bajo el peso de mis pies me sorprendió. Aparentemente, los olivicultores modernos pueden contar con un rendimiento de aproximadamente 1 litro de aceite virgen por cada 10 kilos de aceitunas recolectadas. Cogí una aceituna madura más oscura y la aplasté entre mis dedos mientras pensaba en cómo los antiguos israelitas y otras civilizaciones mediterráneas dependían del aceite de oliva para todo, desde la comida, hasta la curación y la iluminación de sus lámparas. El aceite de oliva también se utilizó para consagrar reyes, sacerdotes y profetas. Mientras frotaba mis dedos aceitosos, miré hacia Duc en Altum y pensé en Cristo Jesús, Sacerdote, Profeta y Rey, «el ungido con aceite», el Mesías, y oré con la novia del Cantar de los Cantares:
Tu nombre es un perfume que se derrama… (Cantar de los Cantares 1:3).
Como el aceite, el nombre del Amado es suficiente para conmover a la novia profunda y penetrantemente. «El aceite ilumina, fortalece el cuerpo y calma el dolor», según San Bernardo de Clairvaux. “Lo mismo se puede decir del nombre del Novio. Él ilumina cuando oramos, nutre cuando meditamos sobre él y es un bálsamo calmante cuando lo invocamos”. La simple repetición del nombre de Jesús es en sí misma una oración poderosa y cuasi sacramental, comúnmente practicada por los cristianos de rito oriental mientras tocan su «Chotki» o cuerda de oración, recordándoles que deben orar sin cesar.
Como el aceite, el nombre de Jesús penetra pacíficamente en nuestro ser más profundo, moviéndonos a la conversión y renovación. Con la fiesta de Cristo Rey que se acerca este noviembre, dejemos que el nombre de Jesús penetre, suavice, calme, ilumine y sane nuestros corazones. Que Jesús «el Ungido» nos consagre y selle con el aceite de su nombre.